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"Este sistema se desactivará en..." | por Ximena Peredo



Ximena Peredo
24 Abr. 2015

Desde el año pasado adelanté en este espacio mi posición de rechazo a las próximas elecciones del 7 de junio.

No sólo me resulta insoportable la impostura y el dispendio de la partidocracia, sino algo todavía peor: las elecciones son un refrendo escandaloso del sistema de corrupción que nos gobierna.

No es un asunto de mansiones, relojes, yates; la corrupción electoral es todavía más obscena porque se usa nuestro dinero para definir los problemas públicos y sus soluciones. De tal suerte que la definición de "lo político" acaba por servir únicamente al grupo establecido en el poder.

Distinguir entre lo importante y lo marginal, lo urgente y lo que puede esperar es la corrupción menos visible aunque, en los hechos, es la que tiene operando a todo un Estado contra su pueblo.

Los asesinatos y las desapariciones de civiles a manos de las fuerzas federales y militares son el tipo de soluciones que plantea el Estado mexicano a las crisis que él mismo decreta.

Nuestras dificultades cotidianas están fuera de foco en la agenda pública porque se definen, usando nuestros impuestos, como asuntos privados, broncas de cada quien.

La composición química del aire y la intoxicación por cárnicos y cerveza no es tema electoral y mucho menos será de gobierno. Esta problemática mata a miles de personas. En cambio, la atención estatal está en el jugoso negocio de la "seguridad" y la guerra.

Otro ejemplo es la precarización del empleo. El asalariado promedio está resistiendo condiciones que en el siglo 19 detonaron revoluciones.

El empleo, si bien es uno de los temas centrales de la política económica, no se entiende como un detonante de justicia. Por el contrario, las políticas se alejan de los modelos de economía que distribuyen equitativamente la carga tanto laboral como ambiental, y la riqueza.

Un último ejemplo de cómo se instrumentaliza al aparato estatal para beneficio de un grupo son los contenidos del sistema educativo. La clase política culpabiliza a los maestros, a los sindicatos, a la infraestructura, pero el problema toral educativo está en el material eurocéntrico y neoliberal que, como se aprecia, resulta francamente inútil para resolver las crisis que este modelo de enseñanza ha producido.

La corrupción que la clase política condena discursivamente es apenas la más digerible.

La mansión de los Peña Nieto es razón suficiente para cesarlo, pero es una representación bastante pálida del problema que enfrentamos.

Desde mi perspectiva la perversión está tan enraizada que la mejor opción es una diáspora mental por la puerta trasera, un cambio de sentido común, lejos, muy lejos de los centros monolíticos de poder y de las fuentes que legitiman la corrupción, como las elecciones.

Ayotzinapa es un mosaico en el pabellón de fusilamiento. La masacre en Apatzingán nos lo confirma. De hecho, la pretensión del Estado mexicano es que hoy estemos divididos con las elecciones cuando por todo el País cunden crímenes de lesa humanidad que reclaman una unidad popular sin precedentes.

Una protesta el 7 de junio puede ser significativa, pero un día de lucidez no hace verano.

Necesitamos desactivar el poder de ciertos objetos sobre nuestros destinos, como lo es la fuerza del dinero. Ésa es una lucha individual que sólo prospera tejiendo redes solidarias. Para salir de esta pesadilla todos tendremos que sacrificar algo valioso.

Cuando las fuerzas federales y militares masacran a civiles estamos en presencia de un Estado fascista; pero en México, además, sabemos que se trata de un narcoestado.

Para ninguna sociedad ha sido fácil librarse de regímenes dictatoriales, pero aún no se conoce cómo un pueblo sale de una narcodemocracia fascista. Eso está por verse.


ximenaperedo@gmail.com



Columna editorial publicada originalmente el 25 de abril de 2015 en El Norte.

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